OPINIÓN de Raúl Wiener, Perú.- Invito a imaginar el referéndum que se le ha ocurrido proponer a ese activista político llamado Juan Luis Cipriani, que como un candidato cualquiera apela a los 250 mil que dice que acudieron a su marcha, como argumento para oponerse a derechos reclamados por una parte de la población, que por supuesto no estaba entre los marchistas.
El problema empezaría en el tema de las preguntas:
Opción uno: ¿defiende usted la vida y por eso se opone a todo tipo de aborto?, ¿sí o no?; ¿cree que las personas de un mismo sexo pueden unirse en algo que parezca matrimonio y que es un sacramento de la santa Iglesia?, ¿sí o no?
Opción dos: ¿aprobaría que una mujer en riesgo de perder la vida en un embarazo, pueda interrumpirlo con asistencia médica y una que ha sufrido violación sexual pueda decidir si continua o no el embarazo?, ¿sí o no?; ¿considera que las personas del mismo sexo que hacen vida en común tienen derecho a la protección del Estado?
Estoy seguro que no nos podríamos poner de acuerdo en lo que hay que preguntar. Y es que la perspectiva de la Iglesia no puede ser la del Estado. Ni 250 mil ni cualquier número puede justificar que a una persona la condenen a muerte por no poder abortar o le obliguen a tener un hijo del estupro, si es que los hijos son frutos del amor.
Y ciertamente es un absurdo que una mayoría no gay, vote para impedir la extensión de derechos hacia el sector gay de la población, cuando el limitado mecanismo de la unión civil no afecta en absoluto a las familias y parejas heterosexuales existentes, y probablemente las favorezca al contribuir a una mejor convivencia entre todos. ¿O es que hemos olvidado que los homosexuales son hijos de relaciones heterosexuales?
Cuando se dice que los derechos individuales y fundamentales no pueden ser objeto de plebiscito alguno, se está dejando claro que ninguna mayoría puede aplastar a las minorías o a las personas individuales. El “demócrata” Cipriani, al que no lo eligieron los católicos sino el dedo del Papa (el Opus Dei siempre fue una élite super minoritaria), no aceptaría jamás que haya un referéndum sobre el celibato entre los sacerdotes, o sobre el sacerdocio femenino entre la población religiosa.
Y si es capaz de lanzar el desafío en relación al aborto terapéutico (que ya existe legalmente, pero lleva 90 años sin reglamentar) o la unión civil, es porque se siente fuerte, no por los que convocó a las calles, que incluían escolares obligados a plegarse al movimiento, personal religioso y otros, sino porque se ha dado cuenta que tiene la mejor correlación política: prensa concentrada bajo el mando de una cucufata periodística, partidos políticos plagados de oportunistas que se ponen el hábito para conseguir votos y gobierno conservador que le teme a todo y también a la Iglesia.