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Trump y la política exterior de EEUU: toda en clave de política interna

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Estados Unidos se convirtió en la gran potencia continental americana a finales del siglo XIX, tras completar su expansión hasta el Pacífico, con la creación de nuevos estados y al arrebatar a México buena parte de su territorio. Tras la I Guerra Mundial, pasó a ser una gran potencia mundial, y al finalizar la Segunda devino en la superpotencia que compartía el control del mundo con la otra superpotencia resultante del conflicto bélico planetario: la Unión Soviética.

Con la desaparición de la URSS, con su derrumbe y el desmenuzamiento posterior de las repúblicas ya ex soviéticas, EEUU quedó en una posición de liderazgo indiscutible, sólo matizado por la creciente potencia china y el resurgimiento del nacionalismo ruso.

Es por ello qué, a pesar de las diferencias, las administraciones demócratas y republicanas que han gobernado Washington han mantenido una política exterior homogénea en la que apenas han variado los énfasis o determinadas prioridades. Aunque que con tan poco margen de maniobra, las diferencias han podido llegar a ser notables. Un par de ejemplos: la política de James Carter ante la vulneración de los derechos humanos en América Latina, tan diferente de la Nixon, o la de Clinton respecto del conflicto en Palestina, tan diferente de la de Bush.

Con todo, ello no obsta para aceptar la existencia de las páginas más negras del intervencionismo estadounidense a propósito de sus actividades contra insurgentes en todo el planeta [o pro insurgente, como en a Nicaragua sandinista en los años ochenta del siglo pasado ], las intervenciones armadas como en Vietnam, la eficacia perversa de la Doctrina de Seguridad Nacional en América Latina, el adiestramiento de los talibanes afganos para enfrentarse a los soviéticos o la propia invasión de Irak, más recientemente.

Pues bien, actualmente no soy capaz de entender hacia dónde va la política exterior estadounidense. No es una novedad que determinados problemas internacionales sean tratados desde Washington como problemas exclusivamente internos, es el caso de las relaciones con la Cuba castrista, convertidas desde hace mucho en un problema interno del determinante estado de La Florida.

La presidencia de Donald Trump, sin embargo, parece decidida a romper todos los moldes existentes, modificar todos los protocolos y actuar en el escenario internacional pensando exclusivamente en la rentabilidad en política doméstica. La humillación permanente hacia México, el vecino pobre del sur, es un síntoma del aislacionismo incomprensible de Trump, que parece creer que puede encerrarse detrás de un muro físico para que su país sea una especie de planeta que gira en solitario en órbita solar. Un planeta que sólo

interactúa con los otros países en función exclusiva de sus intereses en política interna, y todos los demás tienen que aceptarlo como algo natural.

Trump habla y, como se dice coloquialmente, sube el pan. Se comunica, al parecer, vía Twitter con sus conciudadanos y, también, con los teóricos aliados del país que preside. Después las ofensas infantiloides hacia Francia o Suecia, por esta estrafalaria vía, Trump ha ofendido a dos de los amigos más importantes de EEUU: Alemania y Gran Bretaña. La visita de frau Merkel ha servido para ofenderla de palabra y de obra, y de paso a la mayoría de los ciudadanos alemanes, salvo -presumiblemente- los fascistoides de Alternativa por Alemania. La Acusación a los servicios de inteligencia británicos de haberlo espiado durante la campaña en beneficio de Barak Obama ha puesto en serias dificultades la señor May, y el recorrido de la metida de pata presidencial aún no está cerrado. Todo parece tener una única lectura en clave interna. A Trump sólo le importa su electorado; única y exclusivamente.

¿Dónde van los Estados Unidos con Donald Trump en materia de política exterior? Cuesta trabajo creer que está pasando lo que está pasando.















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